domingo, 22 de mayo de 2011

Palacio Arzobispal y Cardenal Cisneros





El Palacio Arzobispal fue la residencia de los arzobispos de Toledo entre los siglos XIII y XIX. En 1939 sufrió un aparatoso incendio en el que se perdió gran parte de su legado artístico y documental, aunque aún conserva elementos renacentistas de gran valor.

Este palacio ha sido de gran importancia para Castilla a lo largo de la historia, pues en él se celebraron Cortes del Reino y concilios, en sus dependencias nacieron personajes ilustres como la futura reina de Inglaterra Catalina de Aragón o el Emperador Fernando I de Habsburgo, y fue también aquí donde los Reyes Católicos recibieron por primera vez a Cristóbal Colón en 1486.

Destaca en el edificio el patio, uno de los cuatro que llego a tener, y la bella fachada renacentista labrada por Alonso de Covarrubias en el siglo XVI por encargo del Arzobispo Fonseca, a quien se debe la definitiva transformación del edificio en palacio, junto con el antiguo Salón de Concilios, una gran nave lateral adosada al cuerpo principal.

El Torreón de Tenorio, construido por el Arzobispo Pedro Tenorio en el siglo XVI, recuerda el primer uso del edificio como fortaleza defensiva. En su interior destaca la galería del sótano, la sala de los Obispos Complutenses y la flamante escalera imperial que conduce a la planta superior, donde se encuentra la Capilla de la Inmaculada.



Publicado por Marta y Mª Paz.

lunes, 14 de marzo de 2011

Fundamentos de la doctrina social cristiana.


El mandamiento del amor por tanto debería representar el fundamento general de la doctrina social de la Iglesia. También hay, sin embargo, fundamentos específicos que pueden resumirse en cuatro principios básicos de la entera doctrina social de la Iglesia, cuatro columnas sobre las que se apoya el entero edificio. Estos principios son: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad.



* La dignidad de la persona humana. El primer principio clásico es el de la dignidad de la persona humana, que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio.

Cuando Jesús, usando la imagen del buen pastor, hablaba de la oveja perdida, nos enseñaba lo que Dios piensa del valor de la persona humana individual. El pastor deja a las 99 en el aprisco para buscar a la perdida. Dios no piensa en los seres humanos en masa, o en porcentajes, sino como individuos. Cada uno es precioso para él, irreemplazable.

En su carta encíclica Centessimus Annus, el Papa Juan Pablo II subrayaba la centralidad de este principio: «hay que tener presente desde ahora que lo que constituye la trama... de toda la doctrina social de la Iglesia, es la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma». En él ha impreso su imagen y semejanza , confiriéndole una dignidad incomparable»



* El bien común. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común. El Concilio Vaticano II lo define como «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección».

El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos impulsa a buscar nuestro propio bien en detrimento de los demás se supera por un compromiso con el bien común.

El «bien común» no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que crea más bien un nuevo sujeto nosotros en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás.

El hombre es fundamentalmente social, relacional e interpersonal. Nuestro bien común es también necesario para mi propia plenitud, para mi propio bien personal. Cada persona crece y alcanza la plenitud dentro de la sociedad y a través de la sociedad. Por ello, el bien común se distingue pero no está en oposición al bien particular de cada individuo. Con mucha frecuencia tu bien y mi bien se encuentra en nuestro bien común.


* Subsidiariedad. El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de subsidiariedad. Fue formulado por primera vez bajo este nombre por el Papa Pío XI en su carta encíclica «Quadragesimo Anno». Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad se deben quedar en el nivel más bajo posible, por tanto al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera.


* Solidaridad: el cuarto principio que fundamenta la doctrina social de la Iglesia sólo fue formulado recientemente por Juan Pablo II en su carta encíclica «Sollicitudo Rei Socialis». Este principio es el llamado principio de solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, debemos tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.

Pero el Santo Padre añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real, que nos permite asumir nuestras responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos».

Catástrofe en Japón.



Un destructivo terremoto de 8,9 de magnitud sacudió las costas de Japón y ha impulsado un peligroso tsunami que ha puesto en amenaza a 20 países costeros.
Olas de hasta diez metros de altura azotaron las costas japonesas causando daños invaluables y pérdida de centenares de vidas. El tsunami lo arrasó todo a su paso, desde casas, coches, barcos, hasta edificios. Las pérdidas materiales son abrumadoras para Japón, que se ha destacado mundialmente por su cultura de prevención y reacción ante el desastre.